
Pero las cosas siguieron su curso, y una a una y en función del grado de importancia, fue haciendo lo que pudo, olvidándose un poco de sí mismo.
Y cuando todo estuvo más o menos en su lugar, llegó la hora de ocuparse de la estantería. Decidió mejorarla y aprovechar los nuevos libros que había adquirido con dos secciones nuevas. Los agruparía en función de temáticas y preferencias y también crearía las pilas necesarias para terminar de leer los que había dejado por la mitad, o empezar los que había postergado. Todo el trabajo le demandó más de una semana y finalmente estuvo terminado un sábado. El lunes siguiente, después de pasar por un estado contemplativo, tuvo una revelación.
Porque con todo lo que le había pasado, el símbolo que se impuso como el más preponderante fueron sus libros, ya que ellos abrieron y cerraron esta parte de sus circunstancias. ¿Por qué? Recordó que soñaba con ser escritor y que debido a lo que se llama “las vicisitudes de la vida”, había abandonado ese deseo por otro más pragmático, el de enseñar. Pero ahora ellos lo reclamaban, ahora era el momento. Contundentemente, su vida se lo decía para que lo entendiera de una vez.