ROGE

miércoles, 17 de agosto de 2011

Y sí. La muerte llega y te arranca a quien más querías. No hay lógica. Repasás los hilos que te llevaron hasta ahí y ahora los encontrás obvios: hubo sutilísimas señales que te indicaban el fin. Pero no la ves hasta que ya llegó y se te vuelve evidente. Te quedan los brazos vacíos, tu cuerpo que extraña ese abrazo particular. Entonces pensás si quien se fue, fue feliz; qué hiciste con él, cómo contribuiste a embellecer o fastidiar su vida. Te sentís responsable por los puntos pendientes. Pero la muerte es parte de la vida y sucede. Entre tu abulia o tu falta de tiempo, entre tus horarios, rutinas, enojos, ella no espera ser invitada, solamente viene. ¿Me ha usado como uno de sus instrumentos?, así como fui parte de su vida, ¿lo fui también de su muerte? Lo ignoro.
Mi tristeza es grande y mi memoria es tan frágil que temo olvidar lo importante. Pero qué es lo importante. Me queda ese tramo de vida en que me acompañaste, te llevás el tramo de vida en que te acompañé.