VERSIÓN PRAGMÁTICA DEL CARRO ALADO

domingo, 25 de julio de 2010

Para Platón, el alma trasciende al cuerpo y mientras permanece en el plano celeste participa de una carrera junto a otras almas para poder acercarse a las ideas y contemplarlas con mayor nitidez. Y así, cuando el alma vuelve a ocupar un cuerpo, esta persona que viene a ser recuerda las formas perfectas y obtiene mayor virtud al poseer el conocimiento más perfecto y así evitar el error. El resultado pragmático de esto, es que hay personas que son “mejores” o “peores” y que esta condición es innata.
Aunque descreo de tal desigualdad entre las personas, esta explicación me viene a la mente cada vez que busco desesperadamente una razón por la que no puedo entenderme con otro.

TRES VERSIONES DE UNA MISMA PERSONA

Por dentro, soy un ser con infinitas contradicciones, inseguridades y temores. Por fuera, me ven decidida, tenaz, temeraria. Aquí hay varias posibilidades. La primera y menos creíble, es que no demuestro lo que me pasa. La segunda, más aceptable, que el proceso interno es realizado en soledad y que es prácticamente imposible que se manifieste al exterior. Y la tercera, más mundana, que los demás ven lo que quieren ver.

LA VIDA INÚTIL

A veces tengo la sensación de que otro realiza espontáneamente cualquier acción que a mí me ha llevado años de profunda reflexión decidirme a hacer. Otras veces me descubro haciendo cosas que otros me plantean como postergables para ellos mismos, por las razones que sean. Concluyo entonces en que todos hacemos algo. La dificultad radica en poder darnos cuenta.

MUJER LOBO

Cada cierto tiempo, ella sufría una transformación que dejaba en libertad a la otra que habitaba en sí. Y entonces la otra se abalanzaba sobre el mundo mostrando su faceta opuesta, salvaje. Y asistía a las rutinas cotidianas pero con la sed de la vida. Y entonces se reía desaforadamente, conocía y desconocía gente con facilidad absoluta, se explayaba sobre cualquier tema con conocimiento práctico, se movía, insultaba, consumía y así le arrancaba veinticinco horas al día, terminándolos agazapada en cualquier callejón, sola o con algún extraño.
Cuando volvía de estas transformaciones siempre la invadía la tristeza y cierta soledad. Solía preguntarse si se debía al hecho de volver a encontrarse con la que era o por haberse perdido nuevamente.

LA LÁMPARA IMPOSIBLE

domingo, 4 de julio de 2010

Aladino frotó la lámpara y pidió aquello que fuese necesario para no tener que padecer como un hombre y poder vivir eternamente cobijado y complacido bajo la protección de Alá. Y entonces el genio que salió de la lámpara y aceptó concederle su deseo lo dotó de abrigo, le dio miembros fuertes, inapetencia de cosas físicas o etéreas y la bendición de la inmortalidad, bajo la tierna mirada del dios de los hombres y las cosas y el tiempo. Y así, Aladino quedó convertido en un fabuloso animal de piedra. Y habiendo sido trasladado a los jardines de Alá, sirve como ejemplo a aquellos fieles que encuentran fatiga en ser lo que son y que no se atreven a experimentar su vida más que a través de los artificios de lo imposible.

IRREFUTABILIDAD

La joven y el anciano hablaban cada uno de sus impresiones sobre la vida. Pero mientras que el anciano podía hablar libremente, la joven era constantemente interrumpida por él, por lo que nunca podía terminar de decir algo. Finalmente, la joven le preguntó por qué la interrumpía, ya que solo se trataba de un intercambio de ideas y no había ninguna necesidad de ser descortés. Entonces el anciano le contestó que él, por ser viejo estaba excusado de la cortesía, por su experiencia en el mundo ya no necesitaba aprender algo nuevo, y por ser hombre, ella no tenía absolutamente nada para decirle. Y tanto su vejez como su experiencia y su sexo eran indiscutibles.

UNA VIDA

El sujeto está al borde del abismo. Tirado sobre su escritorio, no encuentra motivos para hacer todo lo que tiene pendiente y luego salir del trabajo y continuar sus rutinas, las que lleva realizando por años. Todos los días siente que va a morir. Todos los días espera el momento y aunque se prepara para hacerlo, la Parca nunca lo viene a buscar. Arrastra el pesimismo del fracaso y se culpa por decisiones no tomadas y cosas no dichas o hechas, planea olvidarse de todo el siguiente fin de semana con alcohol o alguna otra cosa. Sin embargo, cada tanto es feliz. Se sorprende cuando encuentra esta inercia extraña que lo impulsa a algo nuevo, a sonreír por nimiedades, a comprometerse con algo o alguien, a sentirse bien. Primero recibe incrédulo estos estados y luego se deja acariciar por la idea de que en su vida, las cosas pueden cambiar. Es una felicidad frágil y efímera, pero es felicidad. Antes de volver a caer en su mortificante depresión, se ha explicado estos momentos como los momentos en los que la vida se le abre, invitándolo. Tal vez le quieran decir algo. Se lo preguntará la próxima vez que le ocurra.

APRIORISMO

Luego de mucho meditarlo y realizar algunos experimentos fallidos, el científico consiguió viajar en el tiempo. Como los físicos en boga sostenían que no se podía ir más que hacia el futuro, viajó al pasado para refutarlos, y fiel al modelo de Wells, solo alteró la variable del tiempo y no la del espacio, retrocediendo doscientos cincuenta precisos años hacia el lugar que aún no ocupaba su actual laboratorio. Regresó al cabo de unos días. Sus colegas lo notaron desorientado y confundido. No consiguieron sacarle palabra alguna y las fotos en su cámara digital revelaban que sí, que había viajado hacia el pasado, pero las tomas fuera de foco y algunos planos que tenían escasa pertinencia como documentos, daban a entender que la misma desorientación que tenía ahora era la que había padecido mientras estuvo allí. Revisaron la máquina del tiempo a fin de encontrar algún desperfecto que diese la pista sobre la demencia del científico. Encontraron, dentro de su notebook, un papel doblado con una inscripción manuscrita que decía: las categorías del entendimiento son a priori, reproducirlas a posteriori conducen a un absurdo cognitivo. La nota estaba firmada por el mismísimo Kant.

EL LINGÜISTA

No podía ser eso. Nadie le había dado la felicidad y ahora, de pronto, debía haber otra explicación para ese estado de ánimo que lo inundaba. ¿Sería plenitud? Porque nunca antes se había sentido así. Lo pensó con las mismas palabras, aunque como lingüista catedrático trató de romper el lugar común invirtiendo el orden: “nunca me he sentido así antes”. La frase le sonó igual de burda. Se dijo a sí mismo “no pensaré para no transformar este estado de ánimo en símbolos”. Pero continuó “aunque cualquier estado es efímero”. No fue un consuelo o la resignación en la que caería un sabio, fue más bien la actitud de la mente entrenada que cataloga para mantener el caótico mundo en orden. Sacudió la cabeza, no debía pensar. Pero las frases se le amontonaban, repletas del simple dialecto de la felicidad, desbordado de lugares comunes. Se aferró a la idea de que para el intelectual debía haber otra forma de manifestación, algo o más poético o más científico, y no esa concatenación vulgar e intrascendente de palabras cargadas de sentimentalismo. Pero fueron estas ilustradas palabras las que finalmente lo arrojaron de un puntapié a su malparida cotidianeidad. O —como se dice en la jerga común—, de una bien merecida patada en el orto.