EL FILÓSOFO

sábado, 9 de abril de 2011


Un rengo tropezó en la calle y cayó a unos metros del filósofo que esperaba un taxi. El filósofo lo miró y reflexionó sobre el destino y cómo éste lo había elegido a él para la intelectualidad y al rengo para ser rengo. Un joven se acercó y ayudó al rengo a levantarse y entonces el filósofo pensó sobre la impetuosidad de la juventud y la época de los ideales vírgenes, ya que todavía no se han contrastado con el crudo mundo. Otro hombre que miraba la escena se acercó comentando que habría que demandar al municipio por el estado de la vereda, congraciándose con el rengo que, ya levantado del piso se miraba sus manos lastimadas. El filósofo vio en ese hombre a un sofista, gente práctica y lucrativa, a diferencia de él que se ocupaba de pensamientos universales, libres de ataduras a corto plazo. Una mujer sacó pañuelos descartables y alcohol en gel de su cartera y se los ofreció al rengo para que se limpiara la sangre, le dijo que esa herida se veía mal y que debería hacerse ver. El filósofo pensó en la maternidad y el servicio, propios del género femenino, hasta que el taxi llegó e interrumpió sus pensamientos. El filósofo abrió la puerta, dando una última mirada al grupo, que también lo miró y uno de ellos se adelantó para decirle algo. Pero el filósofo subió al auto, dio la dirección al taxista y se alejó pensando que en la mirada de los otros estaba la confirmación a las propias certezas y que ninguna palabra dicha valía tanto como eso.