BORGES, ASESINO DE BORGES

sábado, 12 de junio de 2010

Borges mató a Borges. Lo sé. Porque se entiende que en Borges había una persona deseosa de conocer y recorrer el mundo, de atravesarlo con un poder místico, el de descifrar los símbolos ocultos. Si ese Borges no hubiera sido asesinado, tal vez hubiese sido un antropólogo, un documentalista o un profesor. Pero el escritor lo mató. Los motivos pudieron ser —por su afición a los clásicos griegos—, la propia permanencia de su nombre. Lo que me lleva a un pensamiento mucho más radical y monstruoso. ¿Cuántos asesinatos de hombres comunes se cometen a diario en nombre de la quimérica gloria?

LA PREGUNTA

La pregunta había sido olvidada. Hacía tiempo que deambulaba por la ciudad y entraba a las casas, a los almacenes, a los bares, a la iglesia, al municipio, a la escuela y permanecía un tiempo en cada lugar para ver si era advertida. Los niños solían verla y señalarla y entonces se acercaba y jugaba con ellos un rato, hasta que los niños se convertían en adultos, y aunque a veces volvía a verlos, ellos ya no la reconocían. Solitaria, siempre pensaba en marcharse. Pero sabía que si lo hacía, despojaba a todos de la única posibilidad de despertar.

LA VIDA ANTERIOR

Quiso indagar quién había sido en su vida anterior. Consultó a brujos y videntes que le dieron interpretaciones distintas sobre si debía buscarse como hombre o como mujer o bajo qué forma. Leyó libros sobre evolución o involución de las almas, meditó con yoga y también recurrió a la hipnosis y a algunos alucinógenos. Le recomendaron viajar para buscar residuos ancestrales que le mostraran el camino. Al cabo de unos años regresó con la certeza de que el sexo era indistinto y que lo que determinaba quién se fue, es la cercanía entre la fecha de muerte y nacimiento y el radio geográfico, que generalmente no se extendía a más de ochenta kilómetros. Rastreó por Internet quiénes habían muerto cercanos a su fecha de nacimiento y al lugar donde nació y le quedó un listado de unos veintidós nombres. Entre esos veintidós nombres, el suyo propio se desprendía desde apenas unos minutos antes de nacer. Así recordó que nunca había muerto.

EL SIEMPRE LEJANO ENCUENTRO

Desde la camioneta, le dimos al niño guaraní unos caramelos y barras de cereales que llevábamos con ese fin. El niño nos extendió las manos y los tomó, y luego vinieron otros niños a los que también les repartimos golosinas y nos marchamos. Y salieron más niños a saludarnos y también sus padres, y todos nos saludaban mientras dejábamos las chozas atrás. Pensé si nos verían como parte del cambiante paisaje o como un producto de las estaciones, como la lluvia o las flores que aparecen y tienen su razón de ser. Pensé si llegaríamos a formar parte de sus recuerdos o si seríamos una imagen borrosa que se reconoce solamente si se vuelve a ver, o tal vez un monstruo que se materializa en sus pesadillas. Dentro de sus categorías de conocimiento, ¿dónde quedábamos nosotros? Pero esta manera de pensarlos me alejó aún más de ellos, ya que no usarían conceptos para explicarnos: a nosotros, meros fantasmas venidos de un pueblo absurdo y lejano.