LA VANIDAD DEL SÍMBOLO

martes, 20 de octubre de 2009

Salí con un pincel para hacer un retrato de lo que veía. Caminé por las calles buscando un margen narrativo para las historias que pensaba descubrir. Pronto me encontré con insuficientes colores, y fue aún peor cuando noté que las representaciones posibles se volvían inútiles, inverosímiles. Traté, como los lingüistas, de hallar un símbolo que pudiese explicar esta confluencia de sensaciones y ante el caos en que las formas iban surgiendo, no pude más que rendirme, buscar el abandono de la representación para intentar pasar a la presentación. Me sentí invalidada en mi búsqueda. Entendí la porfía de Sócrates al negarse a la escritura y la ratificación que Borges le dio en un personaje, siglos después.

EL UNIVERSO FINITO

Leí que el universo es finito para nuestra existencia material, ya que la luz recorre a su velocidad, apenas un radio cuantificable, sin poder ir nunca más allá de él. Y aunque inventásemos instrumentos o construyésemos aparatos que atravesasen distancias inconmensurables, éstas siempre estarán limitadas por la velocidad más lograda para el hombre, la de la luz. Lo que conocemos, nunca será más que el haz de luz de una linterna en medio de un vacío. Nuestra omnipotencia siempre acabará allí.

ALIENACIÓN METAFÍSICA

El racionalismo ha reemplazado mi pensamiento mítico. La cultura me ha transformado en una persona de este milenio. La medicina ha hecho posible mi cuerpo. La cosmética ha recreado la cara que porto. ¿Quién soy? ¿Qué queda de mí en todo esto?

LA SEGUNDA CAVERNA

Jung dice que lo inconsciente se manifiesta para hacernos evidente la realidad que tenemos ante nuestros ojos y no vemos. Dice que se manifiesta en los sueños, y que a veces, hasta se materializa en eso que él llamó “sinfronismo”. Esto me lleva a imaginarme el inconsciente como una especie de cine en el que nos sentamos de espaldas a la pantalla y miramos hacia la oscuridad de la sala, el haz de luz de la película que se proyecta y por supuesto, vemos otras espaldas. Nos perdemos así, la realidad que ocurre en la pantalla principal que es la que debería interesarnos. Esta llega a nuestra conciencia como sombras, ruidos, sensaciones. A veces viene el acomodador —su manifestación material— y nos dice que nos demos vuelta, pero lo ignoramos porque estamos embobados con el significado de ese haz de luz en el que ponemos todo nuestro esfuerzo en decodificar. Jung asegura que el inconsciente nos da todo el contenido que necesitamos para comprender y hacer nuestra vida completa, pero dice que nos hemos olvidado su lenguaje y por eso hemos inventado placebos que nos prometen que encontraremos algo de lo que hemos perdido. Cada cual tiene su placebo, que en el cine, vendrían a ser los pochoclos que nos ocupan el tiempo y el estómago.

DOGMATISMO DEL CLICHÉ

Suelo conversar con varias personas sobre libros, ideas, percepciones, experiencias. La mayoría de las veces nos divertimos y en mi caso, estas conversaciones me permiten asomarme a esos mundos ajenos y privados, aquellos que para comprender exigen el abandono de lo aprendido o de la lógica conocida con la que nos manejamos en nuestro propio y pequeño mundo.
Pero a veces me encuentro con personas en las que impera lo que llamo el dogmatismo del cliché. Son personas que están tan arraigadas en observaciones tan generalizadas que han perdido fundamentación. Y por supuesto, originalidad. Ejemplos: “la cumbia es de negros”, “ninguna rubia es inteligente”, “todos los hombres buscan solamente sexo”, etcétera. Como se observa, no son más que prejuicios disfrazados de saber que estos dogmáticos de los que hablo, defienden sangrientamente. ¿Y por qué cliché? Porque parecen respuestas condicionadas. Si por ejemplo, una dice, “me gusta la cumbia”, te contestan cosas así como que “no podés leer tantos libros y tener ese gusto musical”. O, “me siento bien con mi vida”, a lo que te responden “es una hipocresía porque implica que no asumís lo jodido que está todo”, y acá hay que agregar otro largo e invalidante etcétera.
Este tipo de contestaciones, creo yo, son una especie de filtro o escudo, que les permite a estas personas permanecer vírgenes de cualquier invasión de lo “diferente” o punto de vista alternativo. A veces, simplemente tengo ganas de decir, “qué lindo el azul del cielo”, sin que juzguen “¿por qué el azul en el cielo es lindo, y no por ejemplo, el gris?”. (Con esto continuarían: “date cuenta, estás condicionada para aceptar que el azul es lindo y el gris feo, bla bla bla”, y vos pensás en que solamente querías expresar un estado de ánimo y no hacer un tratado de la percepción, que además se escribió hace años).
Los que hacen este tipo de comentarios suelen ser personas inteligentes, eso no hay que negarlo, extremadamente racionalistas y temerosamente elitistas. La originalidad que se atreven a mostrar o compartir cae en el cliché y por esto, su comunicación va en un solo sentido. Les encantan los monólogos. En sus oraciones siempre hay absolutos y nombres de autores y títulos. Luego de conversar con ellos, suelo preguntarme, ¿no sentirán nunca el deseo de simplemente vivir?