SINFRONISMO

lunes, 27 de septiembre de 2010

Cansado de ver cómo esos libros ocupaban un lugar que podía destinar a otros libros que sí quería tener a mano, el profesor decidió subirlos al estante más lejano. Empezó a acomodarlos y la estantería se le vino encima con esos y todos los demás libros, por lo que, primero tuvo que salir de los escombros, y segundo rescatar los libros y acomodarlos provisoriamente en otros muebles que no tenía para esos fines. En tercer lugar debió arreglar la estantería, pero urgencias de la vida hicieron que lo postergara, ya que también se le vinieron encima el divorcio de un hermano, la operación de su madre, el intento de suicidio de su hermana, la recriminación de por qué no era como todos los demás, y la soledad. Sumado a esto también se le rompió el auto, se le enfermó el perro, tuvo que consultar a su médico por un quiste y encima en el trabajo le recriminaron su falta de responsabilidad; gente imberbe —pensó— que apenas conocían del mundo un imaginario bosquejo. A duras penas consiguió mantener la cordura.
Pero las cosas siguieron su curso, y una a una y en función del grado de importancia, fue haciendo lo que pudo, olvidándose un poco de sí mismo.
Y cuando todo estuvo más o menos en su lugar, llegó la hora de ocuparse de la estantería. Decidió mejorarla y aprovechar los nuevos libros que había adquirido con dos secciones nuevas. Los agruparía en función de temáticas y preferencias y también crearía las pilas necesarias para terminar de leer los que había dejado por la mitad, o empezar los que había postergado. Todo el trabajo le demandó más de una semana y finalmente estuvo terminado un sábado. El lunes siguiente, después de pasar por un estado contemplativo, tuvo una revelación.
Porque con todo lo que le había pasado, el símbolo que se impuso como el más preponderante fueron sus libros, ya que ellos abrieron y cerraron esta parte de sus circunstancias. ¿Por qué? Recordó que soñaba con ser escritor y que debido a lo que se llama “las vicisitudes de la vida”, había abandonado ese deseo por otro más pragmático, el de enseñar. Pero ahora ellos lo reclamaban, ahora era el momento. Contundentemente, su vida se lo decía para que lo entendiera de una vez.

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