Los modernos se encontraron con el problema de que si Descartes decía que el sujeto conocía lo que lo rodeaba y que a la larga en verdad no había certeza de que hubiese algo fuera de mí —sí, sí, usó la imagen de Dios, pero eso fue para liberarse de la hoguera…—, entonces, la realidad no podía ser otra cosa más que la representación que cada uno se hacía de lo que estaba ahí afuera. Los empiristas respondieron que los sentidos daban la coherencia u objetividad de que lo que se percibía era cierto, pero algunos disidentes sostuvieron después, que a la larga la razón era la encargada de realizar esa síntesis última entre lo que captamos con los sentidos e interpretamos con la mente. La historia sigue. Los contemporáneos completaron con que si “el otro” ve lo mismo que yo, entonces esa otra cosa existe. Y los estructuralistas atacaron con que es la cultura la que da el contexto para que la interpretación tenga sentido, y por supuesto, los posestructuralistas no se iban a quedar callados, y respondieron que todo dependía de quién fuese el sujeto en cuestión, ya que podría tratarse de alguien conformado fuera de toda categoría o… y así andamos…
El hecho es que esto nos deja sin realidad. O mejor, sin realidad real: sólo con una realidad mediada. A ver si soy clara. Lo que percibimos no es directo; viene decantado, generado, explicado, creado y procreado —usen el verbo que más les guste—, por intermediaros que, atención: pueden ser infinitos. El sujeto de hoy está alejado de la realidad por todos aquellos elementos que ha creado para tratar de entenderla o manipularla. Y por eso está solo. Tiene la urgencia permanente de crear una realidad para que otro lo entienda; es responsable de generar constantes categorías de acercamiento, de diálogo, de necesidad, vulnerabilidad, lenguaje, sexualidad, o lo que sea. “Pienso y existo”, pero ambos conceptos están cuestionados en su propia interpretación. Parece caótico, y eso se explica tanto caos y dolor en el mundo. Pero también es exuberante, y eso abre nuevas posibilidades que se ramifican y ramifican: eternas, salvajes, improntas, hermosamente ilimitadas.