LA VERDAD NO SE IMPONE POR SÍ MISMA

sábado, 20 de noviembre de 2010

El profeta tenía un mensaje para la humanidad, una revelación que le había sido confiada en un sueño. Era una verdad tan sencilla. Transitó las calles de las ciudades compartiéndolo con los transeúntes que quisiesen oírlo. Pero estas personas casuales se preguntaban quién era él y se respondían que simplemente se trataba de un desconocido, un soñador. Entonces el profeta reflexionó que quizás debería realizar una entrada más espectacular y masiva para que su mensaje no fuese asumido como el discurso de un loco y fuese tomado en serio. Es que el mensaje era tan sencillo. Finalmente, cuando estuvo en el momento y el lugar adecuados para hacer la revelación, la hizo. Los presentes se quedaron pasmados ante el púlpito, al igual que los televidentes frente a sus televisores. Los rumores empezaron a levantarse, era una obviedad, dijeron, qué otra cosa podía decir alguien que lo tenía todo. Y masivamente, lo repudiaron.
Así fue como la humanidad siguió a la espera de la verdad, que continuó siempre presente aunque invisible e inaudible a sus ojos y oídos.

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