DESMEMORIA

martes, 3 de mayo de 2011


Siempre había sido una persona desmemoriada. Olvidaba nombres, rostros, lugares. Tenía esa memoria útil como para resolver el ahí mismo de la vida, pero a largo plazo, cuando quería conformar recuerdos o experiencias, su memoria se tornaba fragmentaria, incongruente, sin manera de saber con certeza si lo que recordaba era real o una mera ficción en torno a un anhelo. Entrado a sus cincuenta años se encontró solo y pensó que no recordar es una manera de olvidar la soledad; porque para olvidar el olvido de los otros, nada es más conveniente que la desmemoria. Imaginó su lápida sin deudos y entonces empezó a anotar en papeles, los nombres que no quería olvidar y las circunstancias que los hacían merecedores del recuerdo. Pero ya el hábito había hecho al monje y pronto empezó a olvidar por qué esos nombres y esos hechos merecían estar ahí.

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