Se dice que el artista incorpora tanto de su propia obra, que llegado a un punto, no puede distinguirse qué cosa produjo a quién. Así explicaban en el pueblo que el pintor cuya fama los había devuelto al mapa, anduviera con caballetes, pomos de pintura, fotografías, lienzos, modelos, pinceles, bocetos, lápices y trapos, todos pegados a sus espaldas y a sus miembros, sin que pudiese reconocerse a uno de otro, tornándose la principal atracción que hizo que el pueblo figurara además en la guía de lo extraño y maravilloso.
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