NÓMADE

sábado, 14 de agosto de 2010

Cada vez que volvía a su hogar, maldecía su suerte. Aunque todos lo recibían con los brazos abiertos y se alegraba de volver a las personas, a sus cosas y sus libros, internamente sentía la inminencia de una nueva partida. Y siempre prometía que esta vez iba a quedarse. Y programaba el despertador para el día siguiente, acomodaba su ropa, concurría a su trabajo, organizaba lo que tenía que tener en la heladera, visitaba a sus amigos, pagaba los impuestos y pintaba alguna que otra pared o movía de lugar un mueble. Y mientras hacía esto para rellenar las agotadoras veinticuatro horas del día, extrañaba acostarse con el cuerpo dolorido, el alma ansiosa, la imaginación estallándole. Miraba por la ventana para convencerse del definitivo arraigo… pero el mundo seguía desaforadamente allí.

0 comentarios: