LA CERTEZA

sábado, 12 de diciembre de 2009

El 23 de junio a las seis con diecisiete minutos, necesitó entender qué es la vida. No quiso una respuesta abstracta; ansió cualquier indicio, aunque fuese mínimo, que le diera la certeza de saber que tenía que continuar al minuto diecinueve y al veinte y seguir indefectiblemente el día y los días que le quedasen por venir. Ya había probado todos los excesos que le ofrecía el vasto mundo, y las filosofías o las religiones apenas le habían brindado un efímero consuelo. No. Buscaba algo explícito que lo apartara de la urgencia de la muerte que estaba carcomiéndole el alma, saber qué era sentirse vivo, hallar una certeza que lo impulsara al próximo minuto, que le indicase que la vida merecía ser transitada hasta el final.
Se apuntó con el arma y esperó todavía un segundo más. La adrenalina le corrió por las venas y se sintió latir, pero la experiencia ya le había demostrado que no era más que otro sucedáneo, y que al fin de cuentas, estaba vacío, estéril. Y entonces, la angustia le oprimió la garganta. La noche lo descubrió todavía en llanto.

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